miércoles, 31 de mayo de 2017

La España del Ministerio (del Tiempo)

Cuando escribo estas líneas, está a punto de comenzar la emisión de la tercera temporada del Ministerio del Tiempo. Una serie sorprendente, por su facturación técnica, y por lo poco habitual de la temática. Y es que muy pocas veces se ha podido ver en nuestro país una serie de aventuras con temática de ciencia ficción.

El argumento de base es sugerente: España tiene un Ministerio secreto que custodia unas puertas que llevan a lugares y épocas pasadas de nuestro país. El Ministerio tiene el objetivo de preservar la Historia de España, evitando que esta cambie.

Que los agentes del Ministerio preserven la historia, o de hecho, la cambien para adaptarse a los intereses de la Nación, es una cuestión filosófica que daría para otro artículo. Cuestiones como los efectos de los cambios en el Tiempo, o la aparente inteligencia de las puertas para saber cuándo un lugar pertenece a España y cuándo no, o el modo de funcionamiento de la red telefónica del Ministerio, son tecnicismos que puede que solo nos interese a los aficionados a la ciencia ficción y los viajes en el tiempo, ya que muchos se quedarán con la parte lúdica y de entretenimiento de la serie, sin querer complicarse la vida.

Lo que sí me parece importante, y mucho, es una cuestión de la serie que entra más en la política de la serie y la cadena de televisión que la produce, la pública. Esta parte política, que no me resulta indiferente, es el concepto de España que nos muestran.

Pero antes tenemos que hablar del proceso técnico de la creación de una serie (seré muy breve): 
Cuando alguien idea un argumento para una serie de televisión, tiene que hacer varias cosas para poder mostrarla a productoras y cadenas de televisión. Las principales son el desarrollar la Biblia, y escribir el capítulo piloto. Luego, si consigue darle salida, ya escribirán los guiones de los demás episodios. 
En la Biblia, que es el cuaderno de bitácora de la serie, ha de reflejar todo lo que resulte relevante. Argumento principal, personajes y su relación entre ellos, ámbito espacial y temporal, escenarios habituales…

Por sus características, y por ser una cuestión clave en el desarrollo del Ministerio del Tiempo, en la Biblia debería quedar definido qué es y qué no es España. Porque es muy fácil definir un país en el presente, ya que, excepto en épocas de conflicto, las fronteras están muy delimitadas. Pero cuando nos movemos hacia atrás en el tiempo ¿cómo definimos a España? ¿Se creó con la boda de los Reyes Católicos, o los territorios que pertenecían a Castilla o Aragón también pueden ser considerados como España? ¿Hasta cuándo podríamos ir atrás en el tiempo?

¿Acaso importa? Sí, importa y mucho. No olvidemos que la premisa básica de la serie es que las Puertas solo funcionan dentro de España, y en los episodios dedicados a los Últimos de Filipinas jugaron con la idea de que el destacamento estaba en España un día, y fuera de ella al siguiente.

¿Y cuál es el concepto de España que vemos en el Ministerio del Tiempo? En el Ministerio aceptan como España casi todo. Antes de la boda de los Reyes Católicos, se puede viajar a los Reinos de Castilla y Aragón. Bueno, básicamente solo Castilla, que a Aragón solo viajan para ir a la Cárcel del Ministerio. Y de Navarra ya tal. También admiten como España el Reino de Valencia del Cid (que nunca perteneció a Castilla o a Aragón), y también aceptan como España los territorios peninsulares antes incluso de cualquier unión política, incluso viajan a Atapuerca. 

Este concepto de España (interesado, ya que antes de la unión de Isabel y Fernando nunca hubo un país que pudiera ser considerado España, y cuando ha estado unida ha sido como provincia romana o musulmana, nunca independiente), que utilizan muchos políticos, principalmente de un espectro muy delimitado, fue ideado y utilizado por el franquismo, para defender su concepto de Una, Grande y Libre.

Y mientras nos lo pasamos bien con las aventuras de la Patrulla del Ministerio, nos enseñan una lección, pero solo la que les interesa a ellos. Que España existe desde siempre, y que antes de los Reyes Católicos Castilla (y no Aragón o Navarra) era la auténtica España.

lunes, 22 de mayo de 2017

Pedro y el lobo

Os voy a contar un cuento, de esos clásicos de toda la vida y con una moraleja que nos hace sentir a todos más sabios, aunque después no hagamos caso.

Érase un pastorcillo (que ya no sé si se llamaba Pedro o Prokofiev está haciendo que me líe) que le gustaba gastar bromas pesadas. Un día bajó al pueblo corriendo, apurado, gritando “¡Qué viene el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Se va a comer mis ovejas!” Los del pueblo salieron con sus escopetas y sus azadas para dar caza al bicharraco, pero cuando llegan al monte, descubren que era una broma bastante pesada (ahora le aplicarían la Ley Mordaza y lo meterían en chirona). Obviamente, le dijeron al capullo ese pastorcillo que esas bromas mejor hacerlas en la intimidad. Al cabo del tiempo, el pastorcillo, demostrando el nivel de su sentido común, decidió repetir la broma, y los aldeanos se volvieron a cabrear, porque eran unos carcas y no entendían el humor moderno, en el que no se cuenta un chiste sino se hace una performance. El pastorcillo había demostrado su superioridad intelectual haciendo caer a los hombres del pueblo dos veces en la misma broma. Pero ¡ay!, llegó el día en el que el lobo llegó de verdad, y el pastorcillo bajó corriendo al pueblo a pedir ayuda, pero con consiguió que le hicieran caso. ¿Cómo era posible, si esta vez era de verdad? La historia termina con un lobo con el colesterol por las nubes, tres ovejas muertas y el resto con un ataque de nervios de aúpa, y el pastorcillo despedido, demandado y teniendo que pedir un crédito al banco para pagar daños y perjuicios a los dueños del rebaño. Moraleja: a los bromistas les cortamos las pelotas.

¿Y esto a qué viene? Podría estar hablando de loslímites del humor, de la ley Mordaza y de la corrección política, pero todo esoya cansa por trillado. Así que vamos a meternos en otros berenjenales, en este caso, los electorales.

El pasado domingo hay gente que votó. Los militantes del PSOE elegían a su nuevo secretario general. El resultado ya es conocido: Pedro Sánchez se ha llevado más de la mitad de los votos, y ha recuperado el puesto del que le echaron hace pocos meses. El aparato del partido, el principal partido del país, medios de comunicación y grandes empresas preferían que ganase la favorita Susana Díaz.

¿Qué ocurre cuando la gente vota lo que no conviene a los que mandan? Se les acusa de no tener ni idea,  que se dejan llevar por populismos, y que para que salga esta mierda mejor no consultar y que decidan los que saben.

Este caso no es distinto, para muestra, el artículo de opinión de El País, titulado, para que no nos quede ninguna duda sobre su posición «El ‘Brexit’ del PSOE».  Un artículo en el que se dicen lindezas como esta:

«La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos. En este sentido, la victoria de Sánchez no es ajena al contexto político de crisis de la democracia representativa, en el que se imponen con suma facilidad la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento.»

En resumen: acusan a los militantes socialistas de caer en la demagogia barata, en lugar de mostrar el sentido común de votar a la candidata que ellos nos dicen que es la mejor. Que le he hemos abierto la puerta al lobo y que luego no nos quejemos si se zampa las ovejas. Que ya nos habían avisado, y ni flores.

Pero en este párrafo se dice una cosa mucho más grave: Nos aseguran (y para que no quede duda ya lo han puesto en el título) que esta es otra demostración más de que la gente, cuando la dejas votar libremente, es cuando más demuestra su inutilidad. Que dejarnos votar es un error, y para esto, mejor mandamos a la mierda la democracia y que decidan los que manejan los cuartos, que para eso saben qué es lo que mejor les nos conviene.

Es cierto que para votar con coherencia hay que prepararse. Hay que estar bien informado, ser capaz de extraer la información útil escondida entre tantas toneladas de datos sin valor, y aprender que cuando damos nuestra opinión (en las urnas, en un jurado o en el bar) debemos ser coherentes y responsables de nuestras palabras y actos.

Y eso se consigue aumentando la costumbre democrática. Preguntando más, haciendo más referéndums y creando un canal de comunicación fiable entre los que ostentan el poder y los que, según la Constitución, lo ejercemos, ofreciéndonos información relevante y no actuando como charlatanes de feria. De este modo, la democracia se haría más fuerte, y aprenderíamos a votar lo mejor para nosotros (que por supuesto, no tiene por qué ser lo mismo que lo mejor para ellos, generalmente al contrario)


Porque la alternativa de gritar “que viene el lobo” cada vez que no les gusta lo que votamos, acabará por conseguir que la democracia al fin sea devorada por los lobos que nos gobiernan.

domingo, 9 de abril de 2017

Destruyendo mitos: El Club de los cinco

Conforme van pasando los años y nuestra historia pasada se va agrandando, tendemos a mitificar aquellos elementos con los que convivimos en nuestros tiempos de juventud. Lo hacemos nosotros, lo hicieron nuestros padres, y lo harán nuestros hijos. La lejanía en el tiempo y el modo que tiene nuestro cerebro en almacenar los recuerdos hacen que casi todos creamos que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y que nuestra época era más interesante que cualquier otra.

El principal efecto secundario es que no admitimos críticas a nuestra identidad cultural. Da igual si hablamos de cine, de literatura o de música. La que vivimos es infinitamente mejor, aunque sea falso.

Yo mismo, a mis cuarenta y tantos, sufro el mismo problema. Me cuesta mucho analizar con sentido crítico la explosión cultural que vivimos allá por los años ochenta, y por eso quiero hacer el esfuerzo de atacar la base de la cultura ochentera, para comprobar si sus cimientos son sólidos, o hemos adorado a gigantes de barro.

Empezaré por las películas “de adolescentes” norteamericanas, y más concretamente con una mítica: El Club de los Cinco.

El cine adolescente de los años 80

Aunque la Historia del Cine está plagada de películas de “cine adolescente”, películas que narran la vida de los jóvenes, y generalmente escritas para que otros jóvenes que la vean se sientan identificados o aprendan una lección, durante la década de los ochenta fue un género con mucha presencia. Obviando motivaciones políticas o económicas, que seguro las habrá y serán muy importantes, uno de los motivos fue cultural y tecnológico: Hollywood estaba viviendo su ¿última? gran expansión gracias a la aparición de los reproductores de vídeo domésticos, y quisieron aprovechar para llevar el estilo de vida y el sueño americano a cada rincón del planeta. Y así pudimos ver las grandes películas de desmadres (Despedida de soltero, Porky’s), y las comedias adolescentes, cuyo principal exponente es el director John Hughes con películas como La chica de rosa, o la que nos ocupa ahora:

El Club de los Cinco 

Realizada en 1985, cuenta la historia de lo ocurrido un sábado de marzo en un instituto de Illinois, donde se encuentran castigados cinco alumnos, cuya personalidad está muy estereotipada: un empollón, una niña pija, un deportista, un matón y una antisocial inadaptada.

El logro de la película es que, a través de las historias que nos cuentan, humanizan los estereotipos, dándoles una mayor profundidad. No son etiquetas, sino personas.

Y sin embargo… este intento de humanizar los personajes es en sí otro estereotipo. Lo que los jóvenes nos cuentan son las mismas historias de siempre: Ya sabemos, porque lo hemos escuchado un millón de veces, que no es fácil hacer amigos cuando eres un empollón, o que el tirano de los pasillos tiene problemas en casa, o que la presión que se ejerce sobre el deportista puede acabar con cualquiera.

También sabemos que los polos opuestos se atraen. Y es en este punto donde el estereotipo se hace más palpable, sin ningún interés por alterar las reglas escritas del juego:
La inadaptada se junta con el deportista, la niña buena con el chico malo… y el empollón no solo se queda solo, como siempre, sino que además es engañado por los demás para escribir la redacción que entregarán al director de forma conjunta.

Y al final, todos sienten que forman parte de algo importante, o al menos en teoría, porque al día siguiente todo vuelve a la normalidad, y el gamberro seguirá pegando al empollón mientras se tira a la tía buena, y el deportista no se dejará ver con la tía rara que viste de negro.
Porque una cosa es vivir algo especial un sábado, y otra muy distinta cambiar las reglas del colegio.

sábado, 10 de enero de 2015

Charlie Hebdo (si, yo también)


Nunca he leído Charlie Hebdo. De la publicación sólo sé lo que han dicho los medios de comunicación estos dos últimos días. Y aunque la hubiera leído alguna vez, seguramente me habría dejado indiferente por un motivo muy sencillo: es una revista francesa hecha para el público francés con humor sobre los problemas de Francia. Enséñale un ejemplar de El Jueves o de Orgullo y Satisfacción a un alemán, y sólo se reirá de los chistes en los que salga la Merkel.

Al parecer, en Charlie Hebdo gustaban de publicar chistes críticos con los musulmanes. Un par de terroristas integristas (lo que viene a significar que son musulmanes que no siguen los preceptos del Islam, sino que se rigen por la Sharía) decidieron que eso no podía ser, y había que cortar por lo sano. El resultado, el que ya todos sabemos.

No he visto ningún vídeo sobre la matanza. Ni siquiera sé si hay sólo uno, o son varios. Es algo que no añade información a la noticia, simplemente está destinado a alimentar nuestro morbo, y de paso provocar nuestra indignación, que es un modo muy sencillo de mantenernos ocupados y tranquilos.

Esa indignación se puede ver en la mayoría de las informaciones y foros de opinión. Muestras de solidaridad, viñetas reivindicativas y la ultraderecha frotándose las manos mientras miles (no miles, millones) de personas acaban creyendo (erróneamente, pero es lo que les están diciendo) que todos los musulmanes son integristas que pretenden acabar con la tiranía de Occidente.

Qué queréis que os diga. Yo, cuando todo el mundo está de acuerdo con algo, cuando sólo hay un punto de vista que es aceptado por todo el mundo, me pongo en guardia, porque algo me huele a chamusquina.  No por considerar automáticamente que la versión mayoritaria suele ser falsa (a veces ocurre, pero no siempre), sino porque es difícil tener un criterio propio basándonos en un único punto de vista, por muy cómodo y habitual que sea)

Y por fin, el punto de vista alternativo. En el artículo de opinión de Tercera Información titulado Je ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie), José Antonio Gutiérrez,  el autor, que empieza recalcando que no defiende lo ocurrido (extraño mundo es éste en el que hay que resaltar lo obvio para que no te acusen de alguna barbaridad) afirma que no se siente identificado con las víctimas, porque es una publicación que hacía chistes degradantes con un colectivo marginado, y que sus chistes tienen una importante carga "racista y colonialista". Pone como ejemplo la portada que vemos más arriba, en la que el dibujante se ríe de una masacre en Egipto, diciendo que el Corán es una mierda, no detiene las balas. Y se pregunta qué pasaría si él hiciera el mismo chiste ahora, afirmando que "Charlie Hebdo es una mierda, no detiene las balas" Causaría indignación, cuando para él valen lo mismo las vidas de unos y otros.

Entiendo perfectamente el punto de vista del columnista, y estoy de acuerdo con él del valor de las vidas humanas. Pero creo que yerra en la valoración de los chistes porque no tiene en cuenta algo muy importante para entenderlos: todas las revistas satíricas y buena parte de las viñetas críticas que se pueden ver en cualquier medio, tienen un alto porcentaje de humor negro. Y esta clase de humor siempre es incorrecta, se burla del débil, del enfermo y del marginado. Si no te gusta el humor negro, ignóralo; hay chistes de todos los colores.

INCISO: Antes de terminar, voy a contar una anécdota. En el desaparecido foro de Zararocka (dedicado al rock y metal de Zaragoza), que yo administraba, había hilo dedicado al humor negro. Todos se reían de las barbaridades que allí se contaban, hasta que a uno se le ocurrió contar un chiste sobre el cáncer. Se produjo una discusión porque había gente que había vivido la enfermedad de cerca y se sentía especialmente sensible. El cáncer mata, es algo serio y no se pueden hacer chistes sobre eso, decían. 

El problema es que, como se muestra en la anécdota que acabo de contar, a muchos nos hace gracia el humor negro, mientras no se burle de algo que nos afecte, o sea un tema del que seamos especialmente sensibles. Y ese es el fallo que yo creo que tiene el argumento del columnista. No hay que criticar a Charlie Hebdo por publicar esa clase de chistes, sino saber aceptar que esos chistes pueden un día atacar nuestra forma de ser y de pensar. Y si somos tan liberales y demócratas, tendremos que aceptarlo con la misma flema.

(Esto va también por esos muchos que se ríen de los chistes sobre musulmanes, o rojos enterrados en las carreteras, pero se indignan porque han criticado a su partido o se han reído de la virgen de la Macarena)

miércoles, 8 de octubre de 2014

R-E-S-P-E-C-T (o la auténtica marca España)

Vivimos en un país muy peculiar. Pretendemos ser (o soñamos con ser), un país avanzado, europeo. Que los países que siempre hemos visto como superiores (Alemania, Inglaterra, Estados Unidos) nos traten como sus iguales y nos tengan en cuenta para las grandes decisiones internacionales, ya sean políticas o económicas.

(Esto no debería hacerlo porque creo que se entiende, pero como siempre hay quien se siente aludido e insultado, pues eso: Este texto es una generalización sobre el funcionamiento general de nuestra sociedad. Eso no significa que todas las personas sean así. Al contrario, hay mucha gente que se libra de esta generalización. Por tanto, no tengo que estar hablando precisamente de ti. No debes sentirte aludido. Y si lo haces, es cosa tuya y deberías preguntarte por qué)

Y sin embargo podemos comprobar a diario que el Gobierno que nos representa está salpicado por la corrupción, en vez de cuentas le salen rosarios y cuando tienen que hacer algo, lo hacen de cualquier manera, unas auténticas chapuzas.

No nos reconocemos en nuestro gobierno, y sin embargo, en otros países los gobernantes son un reflejo de la sociedad.

¿Por qué este quiero y no puedo? ¿Qué hemos hecho para merecer estos gobernantes?
¿Hemos hecho algo?
Y la pregunta que más miedo da.
¿Los gobiernos que sufrimos son reflejo de nuestra sociedad?

Teniendo en cuenta que estamos en un país donde la picaresca tiene tan alta estima que tiene género literario propio, quizás debamos pensar que si. Pero vayamos un poco más lejos y analicemos cómo somos y qué hacemos en circunstancias normales.


  • Maltratamos a los que consideramos inferiores. Les insultamos, les pegamos e incluso les matamos. Por ejemplo, a los inmigrantes que nos quitan el trabajo o las mujeres. (todavía hay muchos que consideran válida la máxima de la maté porque era mía
  • Si no respetamos a ciertos grupos de personas. ¿Por qué íbamos a tratar mejor a los animales? No hablo sólo de la muy cultural tauromaquia, o de  las barbaridades que se hacen en las fiestas de algunos pueblos, también hablo de maltratar los animales que nos dan alimento, o de pegar, maltratar y abandonar a nuestras mascotas.
  • Un dicho muy español es ese que dice que no roba quien quiere, sino quien puede. Vemos como algo normal el no decir nada si al tendero se le ha olvidado cobrarnos algo, coger algo que no es nuestro pero que no estaba bien vigilado, O llevarte un vaso del bar o el cuchillo del restaurante. O encontrate un móvil y quedártelo sin intentar averiguar a quién pertenece.
  • Y no digamos al uso de los elementos comunes: tiramos papeles al suelo sin mirar a ver si hay una papelera cerca, escupimos, no cuidamos los elementos como si fueran nuestros.
  • Y, por supuesto, nunca somos responsables de nada. Entre que es lo que hacen todos, el empezó Pepito, la herencia recibida, el todos son iguales y que directamente no vemos que sea malo lo que hacemos... ¿cómo esperamos que los que gobiernan acepten su responsabilidad?


Uf, parecen muchas cosas, ¿verdad? ¿Tantos problemas tenemos?

Bueno, hay una buena noticia. Realmente todo esto indica que nos falta, que necesitamos una sóla cosa:

Respeto.

Porque esta lista nos indica que no respetamos ni a las personas, ni a los animales, ni a las cosas, ni nos preocupamos por las consecuencias de lo que hacemos. Necesitamos respeto, y una pizca de empatía


domingo, 2 de febrero de 2014

Woody Allen, Polanski y demás chusma

Hoy no creo que ni la mitad de los (dos o tres) que leerán esto esté de acuerdo conmigo, porque hoy toca polémica de la buena.

Leo en la prensa que la hija de Woody Allen relata por primera vez los abusos sexuales a los que le sometió su padre, cuando apenas tenía siete años. Me voy a ahorrar la lista de improperios que se me ocurren, porque seguro que os los imagináis.

Sea verdad o no (no creo que una hija acuse de ese modo a su padre sin ser verdad, aunque no puedo saberlo), estamos hablando de un delito muy grave. Violación y pederastia con los agravantes de ser un familiar y abusar de poder. Ahí es nada.

Y la memoria nos lleva a recordar el caso de Roman Polanski, que en 1977 mantuvo relaciones con una aspirante a actriz de 13 años, a la que había emborrachado y drogado previamente.

Ahora bien ¿es motivo para dejar de ver sus películas? ¿Te conviertes en una mala persona por ver sus películas?

Yo, cuando sigo a un artista del género que sea, lo hago por su obra. En lo que me interesa. Lo que haga o deje de hacer en su vida privada me suele preocupar poco. Para mi ha de existir una separación casi total entre vida privada y profesional (los que me conocen saben que aborrezco hablar de trabajo, ya tengo bastante con tener que soportarlo durante mi jornada habitual, como para encima tener que pensar en él en mis momentos de ocio).

Por tanto, ver una película de un violador o un asesino, leer la novela de un misógino o acudir a un concierto de alguien que alienta la violencia, no me convierten en violador, asesino o misógino. Tampoco en una mala persona. Lo sería si les siguiera precisamente por eso, y no por su obra.

El Guardián en el Centeno de J.D. Sallinger es un libro venerado por gente que acabó matando a John Lennon o lo intentó con Ronald Reagan. ¿eso convierte su lectura en un peligro para la sociedad? Albert Einstein trataba a su esposa peor que a cualquier objeto de la casa. ¿Debemos quitarle su puesto en la Historia por su contribución a la ciencia?

No. Porque una cosa es la persona y otra muy distinta la obra. Creo que quien comete una atrocidad como estas, debe ser juzgado y condenado si se demuestra su culpabilidad, y cumplir condena igual que si fueran completos desconocidos. Polanski debió cumplir su condena, y Allen debería ir a jucio por lo que le ha hecho a su hija. Pero eso no cambia la calidad de sus obras. Y decidir ver una película, leer un libro o acudir a un concierto debería hacerse por la calidad de la obra, contrastada o esperada, y no por otras cuestiones.

Y un último apunte: Si decides que sólo vas a ver obras de artistas que han sido siempre buenos, te vas a aburrir mucho. Porque en muchas ocasiones son precisamente los pasajes oscuros de sus vidas los que le dan la profundidad que imprimen en sus obras.

jueves, 9 de enero de 2014

Historia de aquí y de allí

Hay dos corrientes opuestas a la hora de intentar definir el sistema educativo de España. Unos pretenden centralizar la educación. Argumentan que es necesario un curriculum común en todas las comunidades, que todos deberían salir de bachillerato con los mismos conocimientos, y que así se evitaría el uso partidista de algunas asignaturas por parte del Gobierno regional de turno. Otros defienden la descentralización argumentando que cada pueblo es distinto, y es necesario defender la identidad cultural a través de la educación.

Al final, la discusión sobre el sistema se centra en la Historia. ¿Quién tiene que darla y qué debe incluir dicha asignatura? Porque en el resto de materias no va a haber mucha diferencia: el consenso sobre qué conocimientos hay que adquirir en Matemáticas o Física. También hay discusiones en comunidades con idioma propio sobre en qué lengua hay que dar las clases, pero eso es una cuestión de forma, no de fondo, y por tanto se aleja de las pretensiones de mi neurona.

España, en la actualidad (y no sabemos hasta cuándo, nada es para siempre) ocupa lo que geográficamente se llama Península Ibérica, menos una buena porción que pertenece a Portugal, a lo que hay que añadir dos archipiélagos y dos ciudades situadas en el norte de África. Pero no siempre ha sido así: hubo un tiempo que dominaba un imperio que abarcaba medio mundo, y otros tiempos en los que no existía un país llamado España, sino distintos reinos y tierras independientes entre sí.

Antes de la boda de los Reyes Católicos en 1469, la mayor parte de lo que es ahora España estaba repartido en dos reinos independientes entre sí, el de Castilla y el de Aragón.

Si abogamos por una educación centralizada, con los mismos libros de texto para todos los alumnos, ya sea de Valladolid o de Sevilla, aquí nos encontramos con un problema serio. ¿Qué consideramos como historia de España antes de ser España?

La respuesta es fácil y clara: Castilla. Los libros de texto de EGB, en los años 80 y primeros 90, antes de la transferencia de las competencias educativas a las comunidades autónomas, contaba la historia de Castilla como si fuera la de toda España.

Yo soy aragonés. Y yo estudié con esos libros de texto. Recuerdo que cuando tocaba estudiar Historia, me encontraba con que "nuestro pasado", era en realidad el pasado castellano. Aprendí más sobre Alfonso X que sobre Pedro II, La historia de Aragón se contaba en un capítulo aparte, dándole la misma importancia y extensión que a la francesa.

Me gusta que las comunidades autónomas tengan las competencias educativas. Permite que en cada lugar se estudie lo que más interesa, evitando que el café para todos cree injusticias como que tengamos que estudiar como propia la historia de un pueblo extranjero. Y eso no es manipulación del gobierno de turno. Es evitar imposiciones.


P.D. La imposición de la historia castellana como si fuera la española no es casual, ni nuevo. Forma parte de un proceso nacionalista que se ha ido desarrollando desde hace siglos. En El País, han publicado un artículo bastante esclarecedor, titulado La falsa Tizona, el falso Don Pelayo. Trata sobre la dificultad de distinguir la verdad de la invención pura. Recomiendo su lectura