domingo, 9 de abril de 2017

Destruyendo mitos: El Club de los cinco

Conforme van pasando los años y nuestra historia pasada se va agrandando, tendemos a mitificar aquellos elementos con los que convivimos en nuestros tiempos de juventud. Lo hacemos nosotros, lo hicieron nuestros padres, y lo harán nuestros hijos. La lejanía en el tiempo y el modo que tiene nuestro cerebro en almacenar los recuerdos hacen que casi todos creamos que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y que nuestra época era más interesante que cualquier otra.

El principal efecto secundario es que no admitimos críticas a nuestra identidad cultural. Da igual si hablamos de cine, de literatura o de música. La que vivimos es infinitamente mejor, aunque sea falso.

Yo mismo, a mis cuarenta y tantos, sufro el mismo problema. Me cuesta mucho analizar con sentido crítico la explosión cultural que vivimos allá por los años ochenta, y por eso quiero hacer el esfuerzo de atacar la base de la cultura ochentera, para comprobar si sus cimientos son sólidos, o hemos adorado a gigantes de barro.

Empezaré por las películas “de adolescentes” norteamericanas, y más concretamente con una mítica: El Club de los Cinco.

El cine adolescente de los años 80

Aunque la Historia del Cine está plagada de películas de “cine adolescente”, películas que narran la vida de los jóvenes, y generalmente escritas para que otros jóvenes que la vean se sientan identificados o aprendan una lección, durante la década de los ochenta fue un género con mucha presencia. Obviando motivaciones políticas o económicas, que seguro las habrá y serán muy importantes, uno de los motivos fue cultural y tecnológico: Hollywood estaba viviendo su ¿última? gran expansión gracias a la aparición de los reproductores de vídeo domésticos, y quisieron aprovechar para llevar el estilo de vida y el sueño americano a cada rincón del planeta. Y así pudimos ver las grandes películas de desmadres (Despedida de soltero, Porky’s), y las comedias adolescentes, cuyo principal exponente es el director John Hughes con películas como La chica de rosa, o la que nos ocupa ahora:

El Club de los Cinco 

Realizada en 1985, cuenta la historia de lo ocurrido un sábado de marzo en un instituto de Illinois, donde se encuentran castigados cinco alumnos, cuya personalidad está muy estereotipada: un empollón, una niña pija, un deportista, un matón y una antisocial inadaptada.

El logro de la película es que, a través de las historias que nos cuentan, humanizan los estereotipos, dándoles una mayor profundidad. No son etiquetas, sino personas.

Y sin embargo… este intento de humanizar los personajes es en sí otro estereotipo. Lo que los jóvenes nos cuentan son las mismas historias de siempre: Ya sabemos, porque lo hemos escuchado un millón de veces, que no es fácil hacer amigos cuando eres un empollón, o que el tirano de los pasillos tiene problemas en casa, o que la presión que se ejerce sobre el deportista puede acabar con cualquiera.

También sabemos que los polos opuestos se atraen. Y es en este punto donde el estereotipo se hace más palpable, sin ningún interés por alterar las reglas escritas del juego:
La inadaptada se junta con el deportista, la niña buena con el chico malo… y el empollón no solo se queda solo, como siempre, sino que además es engañado por los demás para escribir la redacción que entregarán al director de forma conjunta.

Y al final, todos sienten que forman parte de algo importante, o al menos en teoría, porque al día siguiente todo vuelve a la normalidad, y el gamberro seguirá pegando al empollón mientras se tira a la tía buena, y el deportista no se dejará ver con la tía rara que viste de negro.
Porque una cosa es vivir algo especial un sábado, y otra muy distinta cambiar las reglas del colegio.

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