miércoles, 31 de mayo de 2017

La España del Ministerio (del Tiempo)

Cuando escribo estas líneas, está a punto de comenzar la emisión de la tercera temporada del Ministerio del Tiempo. Una serie sorprendente, por su facturación técnica, y por lo poco habitual de la temática. Y es que muy pocas veces se ha podido ver en nuestro país una serie de aventuras con temática de ciencia ficción.

El argumento de base es sugerente: España tiene un Ministerio secreto que custodia unas puertas que llevan a lugares y épocas pasadas de nuestro país. El Ministerio tiene el objetivo de preservar la Historia de España, evitando que esta cambie.

Que los agentes del Ministerio preserven la historia, o de hecho, la cambien para adaptarse a los intereses de la Nación, es una cuestión filosófica que daría para otro artículo. Cuestiones como los efectos de los cambios en el Tiempo, o la aparente inteligencia de las puertas para saber cuándo un lugar pertenece a España y cuándo no, o el modo de funcionamiento de la red telefónica del Ministerio, son tecnicismos que puede que solo nos interese a los aficionados a la ciencia ficción y los viajes en el tiempo, ya que muchos se quedarán con la parte lúdica y de entretenimiento de la serie, sin querer complicarse la vida.

Lo que sí me parece importante, y mucho, es una cuestión de la serie que entra más en la política de la serie y la cadena de televisión que la produce, la pública. Esta parte política, que no me resulta indiferente, es el concepto de España que nos muestran.

Pero antes tenemos que hablar del proceso técnico de la creación de una serie (seré muy breve): 
Cuando alguien idea un argumento para una serie de televisión, tiene que hacer varias cosas para poder mostrarla a productoras y cadenas de televisión. Las principales son el desarrollar la Biblia, y escribir el capítulo piloto. Luego, si consigue darle salida, ya escribirán los guiones de los demás episodios. 
En la Biblia, que es el cuaderno de bitácora de la serie, ha de reflejar todo lo que resulte relevante. Argumento principal, personajes y su relación entre ellos, ámbito espacial y temporal, escenarios habituales…

Por sus características, y por ser una cuestión clave en el desarrollo del Ministerio del Tiempo, en la Biblia debería quedar definido qué es y qué no es España. Porque es muy fácil definir un país en el presente, ya que, excepto en épocas de conflicto, las fronteras están muy delimitadas. Pero cuando nos movemos hacia atrás en el tiempo ¿cómo definimos a España? ¿Se creó con la boda de los Reyes Católicos, o los territorios que pertenecían a Castilla o Aragón también pueden ser considerados como España? ¿Hasta cuándo podríamos ir atrás en el tiempo?

¿Acaso importa? Sí, importa y mucho. No olvidemos que la premisa básica de la serie es que las Puertas solo funcionan dentro de España, y en los episodios dedicados a los Últimos de Filipinas jugaron con la idea de que el destacamento estaba en España un día, y fuera de ella al siguiente.

¿Y cuál es el concepto de España que vemos en el Ministerio del Tiempo? En el Ministerio aceptan como España casi todo. Antes de la boda de los Reyes Católicos, se puede viajar a los Reinos de Castilla y Aragón. Bueno, básicamente solo Castilla, que a Aragón solo viajan para ir a la Cárcel del Ministerio. Y de Navarra ya tal. También admiten como España el Reino de Valencia del Cid (que nunca perteneció a Castilla o a Aragón), y también aceptan como España los territorios peninsulares antes incluso de cualquier unión política, incluso viajan a Atapuerca. 

Este concepto de España (interesado, ya que antes de la unión de Isabel y Fernando nunca hubo un país que pudiera ser considerado España, y cuando ha estado unida ha sido como provincia romana o musulmana, nunca independiente), que utilizan muchos políticos, principalmente de un espectro muy delimitado, fue ideado y utilizado por el franquismo, para defender su concepto de Una, Grande y Libre.

Y mientras nos lo pasamos bien con las aventuras de la Patrulla del Ministerio, nos enseñan una lección, pero solo la que les interesa a ellos. Que España existe desde siempre, y que antes de los Reyes Católicos Castilla (y no Aragón o Navarra) era la auténtica España.

lunes, 22 de mayo de 2017

Pedro y el lobo

Os voy a contar un cuento, de esos clásicos de toda la vida y con una moraleja que nos hace sentir a todos más sabios, aunque después no hagamos caso.

Érase un pastorcillo (que ya no sé si se llamaba Pedro o Prokofiev está haciendo que me líe) que le gustaba gastar bromas pesadas. Un día bajó al pueblo corriendo, apurado, gritando “¡Qué viene el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Se va a comer mis ovejas!” Los del pueblo salieron con sus escopetas y sus azadas para dar caza al bicharraco, pero cuando llegan al monte, descubren que era una broma bastante pesada (ahora le aplicarían la Ley Mordaza y lo meterían en chirona). Obviamente, le dijeron al capullo ese pastorcillo que esas bromas mejor hacerlas en la intimidad. Al cabo del tiempo, el pastorcillo, demostrando el nivel de su sentido común, decidió repetir la broma, y los aldeanos se volvieron a cabrear, porque eran unos carcas y no entendían el humor moderno, en el que no se cuenta un chiste sino se hace una performance. El pastorcillo había demostrado su superioridad intelectual haciendo caer a los hombres del pueblo dos veces en la misma broma. Pero ¡ay!, llegó el día en el que el lobo llegó de verdad, y el pastorcillo bajó corriendo al pueblo a pedir ayuda, pero con consiguió que le hicieran caso. ¿Cómo era posible, si esta vez era de verdad? La historia termina con un lobo con el colesterol por las nubes, tres ovejas muertas y el resto con un ataque de nervios de aúpa, y el pastorcillo despedido, demandado y teniendo que pedir un crédito al banco para pagar daños y perjuicios a los dueños del rebaño. Moraleja: a los bromistas les cortamos las pelotas.

¿Y esto a qué viene? Podría estar hablando de loslímites del humor, de la ley Mordaza y de la corrección política, pero todo esoya cansa por trillado. Así que vamos a meternos en otros berenjenales, en este caso, los electorales.

El pasado domingo hay gente que votó. Los militantes del PSOE elegían a su nuevo secretario general. El resultado ya es conocido: Pedro Sánchez se ha llevado más de la mitad de los votos, y ha recuperado el puesto del que le echaron hace pocos meses. El aparato del partido, el principal partido del país, medios de comunicación y grandes empresas preferían que ganase la favorita Susana Díaz.

¿Qué ocurre cuando la gente vota lo que no conviene a los que mandan? Se les acusa de no tener ni idea,  que se dejan llevar por populismos, y que para que salga esta mierda mejor no consultar y que decidan los que saben.

Este caso no es distinto, para muestra, el artículo de opinión de El País, titulado, para que no nos quede ninguna duda sobre su posición «El ‘Brexit’ del PSOE».  Un artículo en el que se dicen lindezas como esta:

«La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos. En este sentido, la victoria de Sánchez no es ajena al contexto político de crisis de la democracia representativa, en el que se imponen con suma facilidad la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento.»

En resumen: acusan a los militantes socialistas de caer en la demagogia barata, en lugar de mostrar el sentido común de votar a la candidata que ellos nos dicen que es la mejor. Que le he hemos abierto la puerta al lobo y que luego no nos quejemos si se zampa las ovejas. Que ya nos habían avisado, y ni flores.

Pero en este párrafo se dice una cosa mucho más grave: Nos aseguran (y para que no quede duda ya lo han puesto en el título) que esta es otra demostración más de que la gente, cuando la dejas votar libremente, es cuando más demuestra su inutilidad. Que dejarnos votar es un error, y para esto, mejor mandamos a la mierda la democracia y que decidan los que manejan los cuartos, que para eso saben qué es lo que mejor les nos conviene.

Es cierto que para votar con coherencia hay que prepararse. Hay que estar bien informado, ser capaz de extraer la información útil escondida entre tantas toneladas de datos sin valor, y aprender que cuando damos nuestra opinión (en las urnas, en un jurado o en el bar) debemos ser coherentes y responsables de nuestras palabras y actos.

Y eso se consigue aumentando la costumbre democrática. Preguntando más, haciendo más referéndums y creando un canal de comunicación fiable entre los que ostentan el poder y los que, según la Constitución, lo ejercemos, ofreciéndonos información relevante y no actuando como charlatanes de feria. De este modo, la democracia se haría más fuerte, y aprenderíamos a votar lo mejor para nosotros (que por supuesto, no tiene por qué ser lo mismo que lo mejor para ellos, generalmente al contrario)


Porque la alternativa de gritar “que viene el lobo” cada vez que no les gusta lo que votamos, acabará por conseguir que la democracia al fin sea devorada por los lobos que nos gobiernan.