Os voy a contar un cuento, de esos clásicos de toda la
vida y con una moraleja que nos hace sentir a todos más sabios, aunque después
no hagamos caso.
Érase un pastorcillo (que ya no sé si se llamaba Pedro
o Prokofiev está haciendo que me líe) que le gustaba gastar bromas pesadas. Un
día bajó al pueblo corriendo, apurado, gritando “¡Qué viene el lobo! ¡Que viene
el lobo! ¡Se va a comer mis ovejas!” Los del pueblo salieron con sus escopetas
y sus azadas para dar caza al bicharraco, pero cuando llegan al monte,
descubren que era una broma bastante pesada (ahora le aplicarían la Ley Mordaza
y lo meterían en chirona). Obviamente, le dijeron al capullo ese
pastorcillo que esas bromas mejor hacerlas en la intimidad. Al cabo del tiempo,
el pastorcillo, demostrando el nivel de su sentido común, decidió repetir la
broma, y los aldeanos se volvieron a cabrear, porque eran unos carcas y no
entendían el humor moderno, en el que no se cuenta un chiste sino se hace una
performance. El pastorcillo había demostrado su superioridad intelectual
haciendo caer a los hombres del pueblo dos veces en la misma broma. Pero ¡ay!,
llegó el día en el que el lobo llegó de verdad, y el pastorcillo bajó corriendo
al pueblo a pedir ayuda, pero con consiguió que le hicieran caso. ¿Cómo era
posible, si esta vez era de verdad? La historia termina con un lobo con el
colesterol por las nubes, tres ovejas muertas y el resto con un ataque de
nervios de aúpa, y el pastorcillo despedido, demandado y teniendo que pedir un
crédito al banco para pagar daños y perjuicios a los dueños del rebaño.
Moraleja: a los bromistas les cortamos las pelotas.
¿Y esto a qué viene? Podría estar hablando de loslímites del humor, de la ley Mordaza y de la corrección política, pero todo esoya cansa por trillado. Así que vamos a meternos en otros berenjenales, en este
caso, los electorales.
El pasado domingo hay gente que votó. Los militantes
del PSOE elegían a su nuevo secretario general. El resultado ya es conocido:
Pedro Sánchez se ha llevado más de la mitad de los votos, y ha recuperado el
puesto del que le echaron hace pocos meses. El aparato del partido, el
principal partido del país, medios de comunicación y grandes empresas preferían
que ganase la favorita Susana Díaz.
¿Qué ocurre cuando la gente vota lo que no conviene a
los que mandan? Se les acusa de no tener ni idea, que se dejan llevar por populismos, y que
para que salga esta mierda mejor no consultar y que decidan los que saben.
Este caso no es distinto, para muestra, el artículo de
opinión de El País, titulado, para que no nos quede ninguna duda sobre su posición
«El ‘Brexit’ del PSOE». Un artículo en
el que se dicen lindezas como esta:
«La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos. En este sentido, la victoria de Sánchez no es ajena al contexto político de crisis de la democracia representativa, en el que se imponen con suma facilidad la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento.»
En resumen: acusan a los militantes socialistas de
caer en la demagogia barata, en lugar de mostrar el sentido común de votar a la
candidata que ellos nos dicen que es la mejor. Que le he hemos abierto la
puerta al lobo y que luego no nos quejemos si se zampa las ovejas. Que ya nos
habían avisado, y ni flores.
Pero en este párrafo se dice una cosa mucho más grave:
Nos aseguran (y para que no quede duda ya lo han puesto en el título) que esta
es otra demostración más de que la gente, cuando la dejas votar libremente, es
cuando más demuestra su inutilidad. Que dejarnos votar es un error, y para
esto, mejor mandamos a la mierda la democracia y que decidan los que manejan
los cuartos, que para eso saben qué es lo que mejor les nos conviene.
Es cierto que para votar con coherencia hay que
prepararse. Hay que estar bien informado, ser capaz de extraer la información
útil escondida entre tantas toneladas de datos sin valor, y aprender que cuando
damos nuestra opinión (en las urnas, en un jurado o en el bar) debemos ser
coherentes y responsables de nuestras palabras y actos.
Y eso se consigue aumentando la costumbre democrática. Preguntando más, haciendo más referéndums y creando un canal de comunicación fiable entre los que ostentan el poder y los que, según la Constitución, lo ejercemos, ofreciéndonos información relevante y no actuando como charlatanes de feria. De este modo, la democracia se haría más fuerte, y aprenderíamos a votar lo mejor para nosotros (que por supuesto, no tiene por qué ser lo mismo que lo mejor para ellos, generalmente al contrario)
Porque la alternativa de gritar “que viene el lobo”
cada vez que no les gusta lo que votamos, acabará por conseguir que la
democracia al fin sea devorada por los lobos que nos gobiernan.
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